La construcción de ciudades y el cuidado de la naturaleza han asumido un crecimiento desigual, pese a su interdependencia. La idea de unir “desarrollo” con “sustentabilidad” ha nacido quizás de tal inequidad y vendría a pedirnos que ambas tareas cimienten un mismo camino, que pueda dirigirnos hacia un futuro para todos.
¿Y quiénes conformamos ese “todos”? Si partimos de la definición de Brundtland[1], el espacio construido hoy deberá incluir a la generación presente y a su vez a las personas que aún no nacieron y que heredarán este único planeta. Ello requiere ineludiblemente la proyección paralela de la construcción y la sustentabilidad. Al presente, resulta necesario pensar que si la casa o el edificio no tienen en cuenta al clima del lugar, probablemente sufrirán las consecuencias del calor extremo o la falta de lluvias.
Pensar en comunidad, con la convicción de ser parte de ella, nos permite tratar de integrar buenas prácticas y hábitos nuevos, favoreciendo así el cuidado de nuestro hábitat, día a día.
[1] El informe Brundtland (ONU, 1987), o informe Nuestro Futuro Común, define al desarrollo sustentable como “aquel desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras”. Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, ONU.